A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de viajar por casi todos los continentes (me falta la Antártida) y he visto algunos de los lugares más impresionantes de la Tierra, desde Machu Pichu hasta Ayers Rock, o desde Ciudad del Cabo hasta los templos de Angkor. Pero la ilusión y energía necesaria cada vez que se emprende un nuevo viaje, nace en el corazón de Andalucía, bajo la atenta mirada de un indio que cuida su vega y de un joven romano que permanece en su ciudad con el paso del tiempo.
Antequera es la ciudad que me vio nacer y donde surgieron mis primeros deseos de conocer sin descanso un mundo inalcanzable en aquel momento y que hoy, con el paso del tiempo, ha caído en mis manos.
Estoy seguro de que ese deseo de conocer más allá de nuestras fronteras es la consecuencia de nacer en una ciudad monumental con tanta riqueza histórica y natural.
A mitad de camino entre las principales ciudades andaluzas, Antequera se abre como un abanico entre su fértil vega y el Paraje Natural de El Torcal. La que fue una de las últimas plazas en la reconquista es hoy una ciudad que conserva el encanto de aquella época al pasear por las estrechas callejuelas de la parte antigua, dominadas por el castillo de Papabellotas. Con una población en torno a los 40 mil habitantes, popularmente se dice que Antequera posee más iglesias que cualquier otra ciudad española, entre las que destaca la Iglesia del Carmen, con su retablo barroco.
A mi me gusta, en días como hoy, pasear por la parte antigua a primera hora de la mañana, cuando la ciudad va despertando al salir el sol por la Peña de los Enamorados, acercarme al mirador frente al Arco de los Gigantes y disfrutar de una ciudad blanca salpicada por las torres de sus iglesias. En este paseo matutino hay que hacer un alto obligado en el camino para tomar un café con un delicioso mollete, un pan de origen árabe que hoy forma parte del desayuno de la mayoría de los antequeranos.
Tras un largo paseo por la historia, a primera hora de la tarde, me voy caminando hacia otro de esos rincones donde me perdería durante horas, el dolmen de Menga, un enterramiento megalítico de casi 4.000 años de antigüedad considerado uno de los más grandes del mundo. Cada 21 de junio, con el solsticio de verano, su interior se ilumina con el primer rayo de sol como queriendo despertar los misterios del pasado.
Después de este paseo melancólico la ciudad comienza a oscurecerse, las calles adoquinadas quedan iluminadas por la tenue luz de las farolas y, antes de entrar en casa, apoyado en el postigo de madera, cierro los ojos y siento que cualquiera de mis viajes por el mundo tienen sentido siempre que vuelva a cerrar el postigo de casa después de un día como el de hoy, disfrutando de Antequera.
Por el seudónimo que he escogido intuirás que soy de tu misma tierra, la que te vio nacer. Tengo poco que añadir después de leer este post y todos los demás que has escrito en este blog que espero alimentes durante mucho tiempo con nuevas vivencias viajeras y las compartas con nosotr@s. Viajar une a las personas y a los pueblos y acerca diferentes puntos de vista de un mismo concepto y nos hace más universales. Las tierras que contemplamos en un viaje son de sus dueños, pero los paisajes son de los que saben admirarlos y guardarlos en la retina, recrearse en ellos… y tú eso lo haces de maravilla, los sueñas, los vives, los sientes… y luego los paseas delante de nuestros ojos para recrearnos y soñarlos nosotr@s...
ResponderEliminarComenzaste el viaje a Colombia con inquietud y lo terminarás con melancolía… pero ten presente siempre que los caminos más difíciles llevan a los más bellos paisajes.
La experiencia y los conocimientos de mundos y de personas que estás adquiriendo no habrá ningún poder en la tierra que pueda arrancártelos.
Enhorabuena por saber “contar” tan bien tus historias y bienvenido de vuelta a tu punto de partida.
Muchas gracias Tagzona, primero por leer mi blog y segundo por dedicarme unas palabras tan emotivas.
ResponderEliminarComo bien dices, espero poder seguir alimentando este blog con el mismo entusiasmo con el que lo hago desde que lo inicié.
Seguramente, coincidamos alguna vez disfrutando de la maravillosa historia de nuestra tierra.
Un saludo desde el otro lado del charco.
Okavango
LOMANA
ResponderEliminarMe ha encantado el punto de vista que has elgido para describir Antequera.A la vez q iba leyendo, me veia en ese sitio en ese momento, pero sabes lo que mas me ha gustado de todo?? q muchos de esos sitios los hemos recorrido juntos.....
Venga que ya estoy esperando la siguiente entrega!!
Muchas gracias Lomana! Mi cabeza ya está pensando en la próxima entrada del blog, así que pronto habrá otra entrega.
ResponderEliminarY espero que recorramos juntos muchos más, si no físicamente, al menos, a través de estas entradas!
Querido Paco,
ResponderEliminartuve la gran fortuna de compartir parte de mi adolescencia a tu lado, siempre supe que eras un chico con una sensibilidad extraordinaria, nos haces disfrutar en cada viaje, nos ilusionas con tus comentarios y fotografías y nos enganchas con tu vitalidad a cada nueva aventura.
Aún recuerdo con la energía que me salvaste, al correr la Vega, del atropello de la gente ante la Majestuosidad de Nuestra Señora del Socorro, fíjate si eres Grande que conseguiste que se parara el trono y nos libraste del desastre que se avecinaba...lo recuerdo como si fuera ayer.
Gracias por ser como eres y por dejar tu huella antequerana en esos maravillosos lugares.
Te llevo en el corazón: Teté
La verdad, Teté, es que me has dejado sin palabras. No solo por el cariño con el que me has escrito si no por hacerme recordar algo de hace tantos años. Yo no me acordaba, pero cuando lo he leído, te juro que se me ha venido a la mente cada segundo de aquel momento corriendo la Vega del Socorro. Debíamos tener más o menos 14 años cuando se cayó un montón de gente en la última parte de la cuesta, ya casi llegando al Portichuelo. Yo conseguí salir como pude de aquel montón y seguí corriendo, pero unos dos o tres metros más arriba decidí darme la vuelta y empezar a tirar de la gente que estaba atrapada. A todo esto, la Virgen estaba cada vez más cerca y el montón de gente seguía allí. Me acuerdo perfectamente aquel momento, y que una de esas personas a las que saqué eras tu. Así que, he decidido que me debes una cerveza y que nos la podemos tomar muy prontito en Madrid. Muchas gracias y sigue así. Un beso
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